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101 Pág. Escritores Magda R. Martín

 

Ante esta pregunta sentí unos enormes deseos de encararme con el inspector y decirle que esa pregunta era para idiotas, pero al ver sus ojillos brillantes fijos en mi cara, mientras observaba con atención todas mis reacciones, supe que deseaba obtener una seguridad absoluta sobre los datos proporcionados por mí y dije:

        —Me pareció voz de hombre... pero lo mismo podría haber sido de una mujer con voz muy grave.

Me dio la sensación de que sonreía, con lentitud cerró su libretita en donde escribía sus datos y se despidió no sin antes responder a una pregunta de mi amiga:


        —Teníamos en mente hacer un viaje por el Distrito de los lagos, supongo que lo podemos hacer ¿o van a necesitarnos para una nueva interrogación?
       —No, no será necesario  —respondió—, pueden hacer el viaje y espero que a su amiga le guste esa parte de nuestro país —luego dirigiéndose a mí, dijo en un español todavía más mediocre que mi inglés: 
       —Me gusta España... mucho.

Le sonreí y nos despedimos. 

Tanto mi amiga como yo, nos desentendimos del asunto aunque como a mí no se me borraba la imagen de Missis Warren con la puerta de su casa entreabierta, al tiempo que oía su voz hablando o discutiendo, —eso no lo distinguí muy bien—, con alguien en el interior, le dije a mi amiga:

        —¡Mira que si esa vecina que tienes fuera una asesina.... ¡uyyyyy!
Mi amiga soltó una carcajada y dijo:
         —¿Sarah Warren? ¡jajaja! esa no mata ni un mosquito... lo que pasa es que a ti te cae mal.

Yo no estaba muy segura pero reconocí que tenía razón, la vecina no era precisamente de mi gusto.

Disfrutamos lo indecible de unos días por el distrito de los lagos y, luego, por el Sur de Inglaterra visitamos en Rodemell, la casa de campo donde vivió Virginia Woolf y donde se encuentra su tumba en la actualidad. Comimos en un pub del pueblo y regresamos a casa llenas de satisfacción mientras programábamos otro viaje, esta vez hacia el Noroeste, a las costas de Cornwall.